Hacia fines de la Edad Media, mientras la nobleza feudal se debilitaba, debido en parte a las cruzadas, los reyes fortalecían su poder estableciendo alianzas con la burguesía y el papado. Durante el siglo XV, se consolidaron los Estados nacionales monárquicos y los reyes europeos ganaron prestigio y poder. Formaron grandes ejércitos profesionales, que les permitieron conquistar y reconquistar territorios, defender y delimitar sus fronteras, incorporando pueblos de distintas culturas e idiomas. Crearon impuestos para financiar los gastos de la administración de sus territorios y se rodearon de una burocracia o funcionarios, con el fin de cumplir sus órdenes centralizando el poder en sus territorios.
Las monarquías europeas comenzaron a adquirir un carácter nacional cuando difundieron un idioma oficial y una misma legislación en todas sus extensiones territoriales y posesiones coloniales. Además, los reyes hicieron alianzas con otras monarquías a través de pactos matrimoniales o entregas de compensaciones, creando un verdadero sistema de diplomacia internacional. Los estados monárquicos más poderosos de Europa fueron Francia, España e Inglaterra, llegando a convertirse en verdaderas potencias marítimas; en el caso de España, estableció posesiones en América; y de Inglaterra, se expandió a América, África y Asia.
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