El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según a ocasión se presente a unos o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen príncipe para poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo, cuando a su vez comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda. Pero el que llega al principado con la ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo porque los que lo rodean se consideran sus iguales y en tal caso se le hace difícil mandarlos y manejarlos como quisiera. Mientras que el que llega por el favor popular es única autoridad, y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que no esté dispuesto a obedecer.
(…) un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de que no lo ame es el ser abandonado por él: de los nobles, si los tiene por enemigos, no solo debe temer que lo abandonen, sino que se revelen contra él; pues, más astutos y clarividentes, siempre están a tiempo para ponerse a salvo, a la vez que no dejan nunca de congratularse con el que esperan resultará vencedor. Por ultimo, es una necesidad para el príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con los mismos nobles, supuesto que puede crear nuevos o deshacerse de los que tenía, y quitarles o concederles autoridad a capricho.
Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, 1513